miércoles, 11 de enero de 2017

''El mito de la sirena'' o ''A mí no me romperás''

Me convertís en una sirena,
¡yo! que soy lo opuesto a serena.
Me convertís en una sirena
que mucho siente y que luego envenena
y cuando lo vuestro os enajena,
acabo tirada en la arena.

Pero, sangre corriente en una vena,
también quiero algo que me oxigena.
Quiero querer sin cadenas,
con tus manos en mi obligo, sin pena,
sin esas estúpidas escenas,
qué le voy a hacer...
Es algo que mi alma ordena.

Quiero a veces que seas mi cena,
que me acompañes a desayunar magdalenas;
quiero a veces pintarte y hacerte reír,
vivir con ese olor a hierbabuena...
Tío, solo quiero charlar hasta que la luna esté llena
y cuando acabe la noche, enhorabuena,
que nosotros seguiremos con eso que suena.
Lee, pinta, canta conmigo,
sé mi amigo,
ven al cine a hacer el pardillo,
y a mi cama para entender hasta Micenas.
Quiero mirarte a los ojo, sentir caricias de tus yemas,
y cuando tu hondo suspiro se estrelle contra mí y sepa
que es el último,
qué pena.


A veces la tristeza sale en forma de rabia soberbia, en forma de ''dios, es que no me puede tocar más los cojonazos'', en forma de frustración ciega. Pero bueno, su aparición sirve para desahogarse y darse cuenta de que esa emoción no es una buena guía, igual que no lo es la culpabilidad, ni cualquier otro sentimiento que no vaya a sacar una versión más positiva de ti mismo. La decepción en algunos momentos es enorme, pero no dejes que te consuma (tengo que escribir un blog sobre la libertad de la no elección). Siéntela en toda su esencia y luego despídete de la emoción tal y como ha venido. No conviertas en temporal lo pasajero. (Pausa de inciso: ¡las emociones no son lo mismo que los sentimientos!).

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