miércoles, 13 de mayo de 2015

Si la belleza viene de dentro... (o el Cuento Abstracto).

Así comienza la historia. Puede ser que hace miles de años en un lugar muy lejano, como también puede ser que no, Roween y Sherlyn se conocieran. Puede ser, como también puede ser que no, que Roween y Sherlyn se odiaran a primera vista; puede ser que se hubieran caído tan fuerte en el odio que no pudieran ver más allá de esa sensación que les ardía en el estómago. Si es que en aquel lugar tan lejano y hace tantos años tuviesen estómagos.
       Roween era una sensación; como también lo era Sherlyn. De primera nos puede resultar un poco chocante que las mismas sensaciones tuvieran sensaciones dentro de sí, pero el caso es que, lo queramos entender o no, así era. Roween era la sensación que imperaba en los aldeanos llamados ''Ferrios''. Este era un pueblo de corceles alados que se pasaba el día comiendo panochas y trabajando maltratados para y por los ''Gardos''. Los Gardos, esos osos gigantes capaces de pasar días enteros bajo el agua sin acabar ahogados, despreciaban profundamente a los Ferrios por llegar hasta las nubes en vez de pasar el día bajo el agua. Que se supiera, ninguno de aquellos estúpidos plúmeos había pasado (o había querido pasar) por el ritual de la amistad de los Gardos de luchar contra las Gracias Abismales bajo el Lago Melódeo.
      Cuando un Ferrio trotaba sobre una húmeda cúmulo nimbus a toda velocidad y sentía el aire agitar hasta sus más profundos deseos, cuando saltaban por el borde y esperaban unos momentos en el aire antes de abrir sus alas planeadoras, ahí era cuando Roween existía en toda su plenitud. Roween era la inercia que les peinaba y les sostenía. Roween era la fuerza que mantenía sus alas de acero en constante lucha contra el mundo. Roween les hacía libres. Y ellos eran adictos a la Libertad.
       Por otro lado, los Gardos pasaban las noches melodiándole a las Lunas, aullando a través de esas bocas anchas que soltaban sonidos muy parecidos a los que emitiría un saxofón perfectamente desafinado. Cantaban ,y sus cantos hacían que las estrellas titilasen el doble de rápido cuando el sonido era emocionante, como si bailasen excitadas; cuando algún joven Gardo era rechazado por su amada, lloraban de pena hasta los equits (clase de artrópodo muy parecida a los grillos terrestres) al escuchar sus desgarrados acordes. No puedo expresar lo hermoso que era cuando una manada de Gardos se arremolinaba en un río a tocar (o canturrear, o trinar, o saxofonear) mientras daban palmas que hacían saltar el agua en mil brillantes arco iris. Y cantaban sobre mil historias.
       Siempre fueron dos caras de una misma moneda: la pasión por seguir saltando y descubrir nuevos horizontes hermosos, y el arte vivo. Unos vivían en las nubes, y otros, en un suelo que no se creían. 
Pero claro, todo esto pudo no haber pasado.