viernes, 18 de abril de 2014

Relax, relax, relax uuuuuu (8)

A lo mejor no es entretenido para vosotros, pero es sobre lo que quiero escribir :3

Todo está muy oscuro, pero no por eso dejas de sentirte muy relajado. Tu respiración es tan lenta que sientes como si estuvieras en armonía con el Universo. Pecho arriba, costillas anchas, lengua pegada al paladar para que no se salga ni una gota de oxígeno, aire dentro de los pulmones. Retienes el aire dentro de tu pecho durante un tiempo, quizás para probarte a ti mismo que no te ahogarías muy pronto en el caso de que tuvieras un accidente de barco. Notas cómo late tu corazón; cómo tus venas mueven la sangre de un lado a otro como si fueran mangueras. Te molesta el aire dentro del cuerpo, así que lo sacas de una exhalación rápida y contundente. Tras eso, vuelves a respirar cómodamente. Inspirando. Espirando. Inspirando. Espirando.
Notas todos los músculos de tu cuerpo relajados. Notas cómo empiezan a pesarte mucho las piernas: mueves los dedos de los pies para comprobar el estado tan relajado en el que estás y te encanta la sensación. Se te relajan las plantas de los pies; las pantorrillas te pesan, las rodillas te pesan... Notas cómo la gravedad llama a todo tu cuerpo. La espalda se te reblandece, la cadera se laxa. Tu estómago se comba para respirar pero eso no te quita ningún ápice de bienestar. Sientes un leve escalofrío, pero no te hace contraerte, sino que es como si una mano caliente te diera una caricia a lo largo de toda la columna vertebral, como si tuvieras un chorro de agua cálida dándote un masaje desde la parte lumbar hasta el cuello. Sientes cómo todos los músculos del cuello se te relajan. Y la cara también. Todo es paz. Los músculos de tu cara dejan de funcionar, no tienes expresión porque todas las emociones han sido purgadas de ti con cada respiración hasta solo quedar la tranquilidad.
Tienes las palmas de las manos apoyadas delicadamente en el suelo. Descubres que se trata de arena finísima, y te encanta, así que hundes los dedos en ella. La arena te hace suaves cosquillas en las palmas de las manos. También tienes una parte de la cara apoyada en la arena, pero no te molesta porque te has puesto un pañuelo de tela para separaros; el tejido es tenue, casi etéreo. Te sientes colmado en la vida, sin preocupaciones, lo único que tienes que hacer es respirar llevando el aire al vientre. Te sientes bien, templado.
Puedes escuchar cómo choca el agua contra la orilla que tienes a la derecha. Las olas se rompen contra la arena formando una espuma crepitante, y puedes incluso escuchar el ligero estrépito que se crea cuando la tierra se traga las pompitas. Percibes cómo el agua se retira de nuevo a su sitio con un sonido de succión hasta que colisiona con la siguiente ola que la viene empujando por detrás, volviendo a repetir el ciclo. En alta mar, las crestas de las olas más altas y lejanas se van rompiendo antes de llegar a la orilla. Es un sonido muy calmante y te evoca a aquellas veces en las que te ponías una gran caracola en el oído para escuchar este mismo sonido del océano. Notas cómo, al igual que las olas vienen y van, tu sangre fluye al ritmo de los sosegados latidos de tu corazón.
Inspiras. Espiras.
De repente, hueles el mar. Lo notas en tu lengua, en el sabor salino que recubre tu boca por dentro. Eres capaz de saborear el gusto fuerte del agua. Hueles las algas, los bancos de peces y las rocas salitrosas del fondo de la costa. Por suerte no le has dado ningún trago a ese agua, porque catar el mar directamente nunca es una buena experiencia: para los que nunca hayáis tragado agua sin querer, es como morder un cangrejo crudo muy salado. Apartas ese sabor de tu mente y simplemente hueles el mar mientras te percatas del valiente aleteo de las gaviotas a lo lejos.
Sientes como si tú también pudieras volar sobre el mar como esa gaviota. Con tus ojos de ave marina ves a los peces nadar, a las gambas huir de ellos. Con tus ojos de quien está en el cielo, sintiendo el céfiro entre tus plumas, ves cómo se refugian los crustáceos en las rocas, cómo toman el sol las estrellas de mar en las albuferas y cómo las lapas se fosilizan en un beso con las piedras musgosas. Eres una gaviota que planea. Parpadeas, agitas las alas y elevas tu vuelo, partiendo el aire con tu pecho. Luchas contra el firmamento durante unos instantes, hasta que encuentras un soplo de viento que te sostiene en tu curso por el vuelo; tus alas se han convertido en un paracaídas sin tensión. Te dejas llevar por las corrientes un rato, dando algunas volteretas en la atmósfera para exaltarte en tu gallardía. Eres feliz haciendo lo que haces, porque no podrías hacer otra cosa. Eres plenitud en cada una de tus batidas de alas. Ves una roca, vas hacia ella y te posas. El vuelo ha terminado.


No hay comentarios:

Publicar un comentario