sábado, 3 de mayo de 2014

Uno siempre se ahoga con todo lo que no dice.

Bueeenas, hace bastante que no subo nada al blog, pero ha sido una mezcla tonta de bachillerato y de no tener ordenador, seguramente no volverá a suceder :3 En fin, aquí va otro pequeño relato, inspirado en la película ''La hora del suicida'', aunque en realidad no tiene mucho que ver, pero bueno, da igual. De hecho, creo que hoy subiré un par de cosillas más, ahora que he conseguido ordenador por un ratejo :D

''¿Sobreviviremos a la última linea?  ¿Resistiremos el resto del tiempo? 
¿Podré yo resistir a todo esto?
Leo estas antiguas líneas, líneas que yo misma escribí hace meses, y ahora veo que soy realmente incapaz de contener este dolor. Comprendo que yo sola no podré sostener el ancla de mis temores, y cuando la suelte y se hunda, yo iré tras ella. Yo iré con ella. 
Y es que si tan solo pudiera salir de este pequeño infierno, si tan solo pudiera tenderme a mí misma una escalera para no tener que molestar al resto, si supiera cómo superar mis abandonos, lo haría, lo haría, juro por Dios que daría lo que fuera por dejar de escuchar todo lo que escucho, la mitad que me consume de todo lo que siento. Pero la escalera que me tiendo cede y se derrumba en una cascada de lágrimas cuando sé que realmente nadie me va a esperar a la salida de mi Infierno. Que a lo mejor me merezco estar en este Infierno.''
Tras esto, había un par de líneas más, pero las lágrimas y la inestabilidad de la escritura me impedían comprenderlo, también estaba un poco arrugado. De todas formas no hacía falta nada más. Sostenía en mi mano uno de los muchos textos que había encontrado en el cajón del escritorio plagado de cosas del dormitorio de la que antes era mi amiga, antes, por supuesto, de que ella dejara de ser amiga mía y dejara de ser amiga de todos. Antes de que ella se suicidara.
Leía este texto desde mi incomprensión, después de todo, ¿qué se debería de sentir después de que alguien a quien adoras se muera a posta? Yo solo sabía que ese remolino de sentimientos tan discordante e intenso me envolvía. Ira. Una tremenda furia porque ella no hubiese tenido la puta decencia de compartir el peso de ''su ancla'' conmigo. Porque no me dejara haber ido con mis chistes malos a apagar su Infierno. Vacuidad, porque me había dejado sola. Sola. Sola. Sin ella... Ante mí se extendía un calendario lleno de pesadillas, de preguntarme a mí misma si yo no había sido suficiente para ella.
Cuando todos estos pensamientos comenzaron, me senté en la cama y las lágrimas acudieron a mis ojos, pero no las solté porque yo no era como ella, yo era una superviviente. Y aún así, me ardía el pecho de la maldita amargura que estaba sintiendo. Me tapé la cara con las manos y me dejé caer durante un rato, intentando no hacer ruido, a la espera de no atraer hacia la habitación a la madre con aspecto de muerta que me había dejado entrar al cuarto de mi anterior amiga. 
Creo que sobre todo, lo que sentía, antes que la furia, antes que la tristeza... Lo que sentía era que todo estaba apagado. Todo parecía tan lejano, tan vacío, como si todo a mi alrededor estuviera muerto. Tan carente de vida como ella, mi querida de la letra estirada, mi chica que tenía sonrisas por todo y para todos, mi pequeña terremoto. Pero Dios bendito, ¿cómo iba a encontrar yo a alguien que me entendiera tan bien como ella?
Vi que debajo de su almohada asomaba algo, el piquito de una foto. No os voy a mentir: dudé antes de cogerla, suponiendo terriblemente qué habría en ella.
Evidentemente, éramos nosotras. Sofoqué un sollozo con la mano, y esta vez sí que no pude evitar que se me escaparan los lagrimones entre irrefrenables sacudidas, haciendo ruido al llorar. Esta foto era de hacía tan solo unas semanas antes. Semanas. En la foto salíamos ella y yo en nuestro bar, el día en el que iba a ser la primera cita con el chico con el que yo ahora estaba saliendo. Ella me había acompañado porque, desde luego, antes de que yo saliera con nadie, ella tenía que darme su consentimiento, a mí y a él. 
Ahora todo eso parecía muy remoto. 
Escudriñé la foto para ver qué había más allá de su rostro. ¿Estaría escondida en esa mirada cansada lo incontrolable, inconsolable y desesperado que había en su alma? ¿Estarían pintadas en esas ojeras su sufrimiento más allá de los cafés de más y horas de estudio de menos? ¿Cómo no pude yo ver el aullido de auxilio antes?
Me cago en la puta.

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