viernes, 18 de abril de 2014

¿Están los agujeros negros vacíos o demasiado llenos?

Te estoy mirando.
Te miro, y no sé si quieres besarme o si quieres marcharte.
Tu cara es una máscara de mármol cuyas pocas muecas hechas no puedo entender.
De repente me das un beso, sonríes y te vas.
Te vas.
Y a mí se me deshacen las manos de tanto quererte escribir. Me convierto en duda andante, en ganas constantes, en tu ausencia certera. Me convierto en una huésped solitaria de un bello paisaje; bello, bello... pero paisaje al fin y al cabo. No humano. Si solo me da cuerda el imaginar que estás al otro lado del hilo con yogures, ¿cómo voy a estar cuerda? ¿cómo no voy a ser poeta? Y es que soy una portera inamovible de una puerta que parece ni existir: portera de dos árboles que se abrazan con el viento y parecen crear a veces un pasadizo.
Y así soy duda eterna, duda interna, duda entera.
Eres la silueta que se esconde entre la niebla.
La ruina escondida en un bosque brumoso.
Lo que hay más allá de un agujero negro.
Una misteriosa puerta milenaria que cruzar, si encuentro la llave.
Esa sombra que nadie ve en un paisaje grandioso.
Algo suave que atrapar.
Eres incluso como un atardecer, o como una nube en un campo de nubes.
Un fuego a la orilla del mar.

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