lunes, 31 de marzo de 2014

Rigor vitae

Los habitantes del mojado planeta Ung no eran más que una especie casi extinta de algas que tenían unas capacidades que podríamos catalogar de alucinantes. Exactamente por esas capacidadeds eran de las únicas criaturas que habían continuado con vida hasta después de la Gran Catástrofe, a pesar de que, cuando todavía quedaba más de una raza en Ung, estas algas eran consideradas seres inferiores. Eran un tipo de alga escamosa azul cuyo único cometido en la vida era mecerse en el mar, siempre soñando con el lenguaje... De hecho, solían pasar los días pronunciando palabras al azar solo porque les hicieran cosquillitas en las branquias o les hicieran retumbar su cuerpo gelatinoso. Su virtud, la que les había salvado de la catástrofe que dejó a Ung en ruinas, era que cada vez que había más de tres de esas alguitas, y siempre que fueran capaces de recordar las tres el mismo poema, podían volar hacia donde quisieran, mientras sus diminutas voces recitaran al unísono. Y hoy os quiero contar la historia de tres de esas alguitas y del viaje tan enorme que dieron hasta llegar a nuestra Tierra, solo que unos cuantos millones de años más atrás de lo que estamos ahora.
         Nuestras algas azules se llamaban Zafirenze, Añíleo y Cerúlian. Como es normal, todas las algas tenían nombres palpitantes y cargados de vida, y tenían los ojos garzos. Estos tres alguitos, porque eran macho, se conocían desde hacía infinitos lustros, tanto es así, que podían conocer perfectamente cientos de miles de poemas, no solo de su planeta, sino de los planetas de alrededor que poseían vida.
Zafirenze estaba especializado en vocalizar los sentimientos que mostraban las arenas de los desiertos; le parecían las más hermosas, y podía pasarse horas hablando de la cotidianidad que escribían las dunas y de las épicas gestas que narraban las tormentas de arena. Todas esas historias se borraban rápido en sus respectivos planetas, pero no se iban tan rápido de la memoria de Zafirenze.
Por el contrario, Añíleo se mostraba más inclinado a escuchar, más que a ver, y por eso le encantaban pasarse horas con los ojuelos cerrados escuchando todos los lamentos, las alegrías y los entusiasmos de cualquier ser del Universo. Para él, cualquier sentimiento, viniese de la raza que viniese (¡incluso aunque viniese del clamor jubiloso de unos reptiles que ya tienen presa!) era poesía.
         La historia de Cerúlian era un poco más complicada, pues es la que unió a las tres algas. Resulta que Cerúlian, cuando surgió del suelo, no era como el resto de algas azules. A él, no le gustaba el lenguaje, por mucho que sus compatriotas se esforzaran en que él captara la belleza. Siempre estaba solo. Siempre, hasta que un día Zafirenze y Añíleo se acercaron hasta él. No le contaron poemas, pero nadaron a su lado mucho tiempo, ante la atenta y escrupulosa mirada de un Celúrian tal vez un poco miedoso. Las dos algas nuevas no hablaban entre ellas, sino que parecía que cantaran, y esto a nuestra alguita le gustó, y les pidió que les enseñaran a tonada. Con ella, las tres se pusieron a volar, aunque no fuera estrictamente un poema. Volaron durante bastante tiempo, siempre con las alas del lenguaje musical, siempre sintiendo esas seis o siete notas en su piel, tarareando con todas y cada una de sus ciento setenta y ocho boquitas. Volaron y volaron hasta que empezaron a cansarse, y entonces se dirigieron hacia el planeta más cercano para descansar. Se trataba de un planeta recubierto de agua y humo marrón. No parecía que hubiera nada vivo en él, así que fueron hacia las partes terrestres para explorarlo.
      Encontraron algo en el primer suelo que pisaron. Era una especie de rectángulo duro lleno de otros rectángulos, muy muy finos, que estaban recubiertos de garabatos. Zafirenze fue quien lo cogió, y no puedo entender nada, pensó que sería algo decorativo, así que se lo tiró a Cerúlian para que le echara un vistazo.
Allí fue donde Cerúlian aprendió que sí amaba el lenguaje, solo que el que amaba era el lenguaje de unas criaturas extintas. Un lenguaje escrito, que sus ojos podían descifrar y leer al resto de algas que no podían. En cuestión de segundos el mundo se abrió ante sus ojos, su vida cobró un sentido se sintió como en la cima de una montaña libre... Y de repente se despeñó: su maravilla era finita.
En aquel planeta habían muerto todos menos los poetas... ¡y ni siquiera ellos sobrevivieron enteros!

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