miércoles, 5 de febrero de 2014

Sensaciones.

Las lágrimas de las nubes corrían por la ventana, mostrando a esquirlas un cielo frío y nublado, opresivo; pero a nosotros no nos importaba porque estábamos calentitos dentro de la habitación, rodando entre las sábanas, mirándonos a los ojos y sintiendo que nuestras almas quizás estaban incluso más juntas que nuestros cuerpos, y eso que estábamos abrazados.
        Me miraba con unos ojos metálicos, y me quedé contemplándole un rato, porque hacía mucho que no me sentía tan feliz o tan unida a alguien. Me despertó de mi embobamiento con un guiño de ojos y una sonrisa, y de repente me besó. Después de una tarde de risas, me besó, y yo sentí como que podía volar, como si siempre hubiese tenido alas pero nunca me hubiera dado cuenta; y me arrimé más hacia él, con mi cuerpo flotando en una nube. Hizo el beso más profundo, más delicado, me abrazó de la cintura, y de repente me dio un bocadito en el labio inferior, recorriendo así mi cuerpo con un escalofrío electrizante, y mi espalda se arqueó.
        La verdad es que eso me dio vergüenza, mi reacción, el que fuera tan fácil conseguirme suspiros. Me sonrosé porque me hacía sentir como una cría que no ha probado muchas cosas en su vida; y  me gustó sonrosarme, porque hacía tiempo que el resto de la gente solo sabía hacerme sentir vieja. Y al sonrosarse mis mejillas, se rió, con una risa cristalina, con una risa de pura masculinidad autorrealizándose, y empezó a darme pequeños besos por toda la cara, acabando con sus labios en mi oreja, mientras mis rodillas se convertía en gelatina. Se puso sobre mí y me miró con ojos traviesos, jugando con mi pelo y sonriendo a la espera de mi reacción.
       Derretida, le pedí que me diera un beso, pero como no lo hizo, intenté levantarme para robárselo, pero me sujetó de las muñecas. Le dejé que me besara durante un rato, pensando que era increíble que alguien jugara así conmigo, cuando yo sé que estas cosas solo pasan en los libros. Y descubrí que yo no quería ser menos, así que en cuanto pude, me escapé de debajo suya y busqué mi camiseta. ''¿Qué ha pasado? ¿Es que ya te vas?'', me miró entre triste y contrariado. Pero yo no me puse la camiseta, si no que le dí un beso y le dije que cerrara los ojos, para ponérsela como venda. Me resultó muy excitante, si me permitís la expresión, el ver a alguien tan orgulloso y dulce ''bajo mi poder'', expectante de mis besos, de mis caricias, de lo que yo hiciera a continuación. Y no le hice esperar.

Y tras horas de juegos entre ambos, hicimos el amor. Varias veces. Y aquella noche, dormí allí.
Todos adoramos sentirnos queridos. A todos nos gustan que nos besen en el cuello mientras nos dicen cosas bonitas. Que nos besen y nos susurren, haciéndonos cosquillitas en el cuello con la nariz, lo bien que olemos. Que nos besen y nos acaricien el pelo mientras nos dicen lo bonito que lo tenemos. Que nos vuelvan a besar y nos digan lo suaves que somos mientras nos acarician la espalda. Que nos besen, esta vez en los labios, y podamos ver cómo sus pupilas se dilatan, sus ojos sonriendo. A todos nos gusta que nos encierren en una jaula de brazos protectores cuando vamos a ir a dormir, y que nos toquen suavemente el pelo para ayudarnos a conciliar el sueño. Y que nos despierten con mordisquitos en el cuello. Todos queremos escuchar un ''Te quiero'' que nos cobije.

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