sábado, 23 de julio de 2016

Un viejo escrito

Una vez en el colegio nos pidieron que todos hiciésemos una cajita con cartulina y que dentro escribiésemos en una palabra o sintagma corto qué éramos. Yo hice mi cajita como todos los demás, y las llevamos a la misa, dejándolas todas frente al altar. Allí el cura nos explicó que estas cajitas inmaculadas que nos identificaban representaban la realidad de nuestra vida humana, de nuestra gracia: la gente nos podía ver por fuera, pero solo aquellos que se atrevieran a abrir la gente descubrirían quién éramos realmente; descubriría el tesoro.
       Mi cajita estaba llena de sintagmas por fuera. En cada una de las caras del cubo había un mensaje de mi personalidad tan importante como el resto: ''soy mi genética'', ''soy lo que otros hicieron de mí'', ''soy lo que no dejé que otros hicieran de mí''... Sin embargo, por muy filosóficos que me pareciesen los axiomas que la habitaban, por dentro solo era una cajita vacía que no valía la pena abrir (o así me sentí). 
       Hoy veo que soy tan exuberante que solo unas palabras nunca hubieran podido cristalizarme dentro de una caja: el Big Bang explotó y en el medio no quedó nada, ¡solo la expansión! 

Yo no soy ninguna caja.

P.D.: https://www.youtube.com/watch?v=hiSzo82Gbzc

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